Tenemos las Máquinas - febrero 2025
Febrero en TLM. ¡Ya prendimos las máquinas! Va un avance de los nuevos ebooks, lecturas y repercusiones mientras trabajamos en lo que se viene.
Bienvenida
Hacer libros debe ser uno de los trabajos más lindos del mundo. Poder acompañar a las personas a mostrar sus obras y hacer realidad algo porque vale la pena que todxs lo conozcan. Ese trabajo implica tiempo, dedicación, responsabilidad, amor. También consiste en implementar procesos, pensar estrategias de comunicación, tener las cuentas en orden, lo que a veces nos aleja de los textos más de lo que nos gustaría. Armar una editorial independiente es fácil, nace de una idea, se concreta con una pequeña inversión y alguien con ganas de publicar y otro de ser publicado; lo difícil es que se autosustente, crezca en prestigio y amigos. El camino puede ser arduo, pero vale la pena. Porque hay mucho publicado, pero mucho por publicar, voces nuevas a las que darles un espacio, hallazgos que compartir, viejas piezas olvidadas sobre las que volver a echar luz, y mucho sobre lo que pensar. El verano nos encontró trabajando fuerte en los próximos títulos, ya les contaremos. Ahora solo un deseo: que este año nos acompañen y cada vez seamos más los que encontremos nuestro lugar alrededor de este fuego.
La primera materia en Ostende
En el marco de las actividades culturales en verano que realiza la Fundación Medifé y el Viejo Hotel Ostende, el domingo 19 de enero se presentó una función especial de El punto de costura, obra de la que surge el texto de La primera materia, de Cynthia Edul.
A la salida de esta función especial en el Bar del Viejo Hotel Ostende, la autora firmó algunos ejemplares de La primera materia que se encontraban disponibles gracias a la librería Te llamaré viernes.



Lectura de Caja continua de voces I en Había una vez un nombre
El viernes 20 de diciembre de 2024, en @espacioemecultura, Pablo Martín Ruiz, autor de Caja continua de voces I, leyó en el onceavo encuentro de Había una vez un nombre, ciclo de lectura, fotografía y música coordinado por Gabriela Pérez Menéndez, Guadalupe Faraj y Claudia Prado.
El autor leyó “El arte del retrato”, uno de los textos que componen Caja continua de voces I.
Pueden ver la grabación de la lectura acá.
Últimas reseñas
Ana Da Costa y Gastón Francese entrevistaron a Damián Ríos por Pan y cielo en el programa de Radio Nacional La Muralla y Los Libros. Conversaron sobre la poesía, los territorios y el lenguaje, y el autor terminó la entrevista con la lectura de un poema. Pueden escuchar la entrevista completa acá.
La gente de Delibooks entrevistó a Cynthia Edul por La primera materia. Pueden ver la entrevista completa en este link.
Alejandra Varela escribió una reseña sobre La primera materia y otra sobre Las cosas menores para el suplemento Las12 de Página12. ¡Gracias Alejandra!
Pueden leer la nota completa acá.
Pueden leerla completa acá.
Compartimos algunos comentarios que se hicieron sobre la novela
«Un texto maravilloso que impulsa el deseo de escribir. Tiene un armado y una trabazón interna que revelan un oficio artesanal exquisito». Mario Ortiz
«Revelador e íntimo». Luis Sagasti
«Hipnótico y bello». Damián Ríos
Piedra libre
Nos pone muy contentxs apoyar a nuestrxs autorxs con sus nuevos títulos y proyectos.
Cynthia Rimsky, autora de La vuelta al perro por TLM, ganó a fines del año pasado el Premio Herralde de Novela con Clara y confusa .
Compartimos con ustedes un fragmento:
En Parera siempre se celebró la fiesta del chancho con pelo. Hasta que socialmente dejó de estar bien visto exhibir un animal entero y, al buscar un reemplazo, se encontraron con que la única tradición desocupada era la del pastelito criollo. Para justificar el cambio inventaron la historia de que cuando el ferrocarril dejó de pasar y decayó toda la actividad del pueblo, la señora Petrona se puso a preparar pastelitos; como le salían tan ricos los vecinos fueron a ver al intendente y le propusieron convertirlos en una tradición del pueblo.
Clara insistió durante meses ante el comité organizador de la fiesta hasta que le cedieron un puesto para vender sus obras como hacían los artesanos, los vendedores de plantas, las pasteleras veganas. ¿Por qué no una artista? Clara omitió decir que como artista pidió no pagar. Llamó, fue, entregó cartas, esperó a los organizadores a la salida de la oficina. Ganó por cansancio. No gané nada, me dijo. Le dolía que el puesto estuviese en el sector de los artesanos. Intenté explicarle la improbabilidad de que los y las asistentes a la fiesta del pastelito criollo se interesaran por comprar obras de arte (omití decir «tus obras»), pero Clara no iba a ceder lo que, según ella, representaba un espacio ganado en la batalla del arte.
No conozco a otras artistas. No sé si sufren como Clara. No la reconocen sus pares, no la invitan a inauguraciones, los críticos no escriben de su obra, no la llaman a exponer... El director de la carrera le asigna los cursos menos importantes, la dejan fuera de las comidas, no gana becas. ¡La única vez que apareció en una entrevista en un suplemento cultural a la periodista se le olvidó poner su nombre! Clara se peleó y la otra echó a correr la voz de que era una loca. No sé cómo funciona, por qué Clara no y otras sí. Una de las cosas que aprendí a su lado es que el trabajo de un artista no es su obra. La manera en la que viven produce la obra. Ocurrió así: un día en su taller apareció una regla transparente con las letras del abecedario caladas. Clara se puso a dibujar letra por letra sobre una hoja de papel mantequilla, y me contó que su madre de soltera tocaba el piano y cantaba. Después del matrimonio, el padre de Clara contrató un camión para trasladar el piano a la casa de campo adonde llevó a vivir a su esposa, de este lado de la Cordillera. La madre de Clara decidió que no volvería a tocar. Tampoco se lo permitió a la hija. Recordar el piano abierto, a su madre inclinada sobre las teclas con una franela, la hizo llorar. Lloraba y se sorbía los mocos. Le temblaban tanto las coyunturas que tuve miedo de que la fuerza de mis brazos desencajara sus articulaciones y yo no pudiera volver a reunirlas.Clara le dio a su llanto una interpretación inaudita: a la edad de ocho años convocó a su padre y a su madre y les dijo que debían separarse. Cuando finalmente se divorciaron se convenció de que era culpa suya. Fue su culpa que el padre entrara a los sesenta y cinco años a un hogar de ancianos, su culpa que la madre se fuera a vivir sola a la Patagonia, su culpa que su hermano mayor enfermara y ella quedara a la deriva. Confieso que una parte de mí quiso salir corriendo. La otra quedó maravillada. No había una gota de lógica en su razonamiento. Clara había cambiado de cuerpo, de vida, tenía dos hijas, había estudiado arte, había despedido a su padre, y aquel resto de la infancia seguía vivo. Podía oler los árboles a los que trepaba, las hojas húmedas, las plantas de sus pies descalzas, las ramas, los rasguños.
El asunto no terminó ahí. La próxima vez que entré a su taller, a la altura de los ojos, corría tenso un cable de acero del que colgaban dos hojas de papel mantequilla; en cada una se mecía una palabra dibujada con la regla de la infancia. Me conmoví, lloré, la abracé: no existía alguien más sensible en el mundo. Impresionada por mi admiración, insistió en que dejara mi trabajo de plomero para convertirme en su agente. Vamos a ganar millones, predijo.

Ojalá hayas disfrutado estos contenidos. ¡Nos vemos el mes que viene!